martes, 15 de diciembre de 2015

Presente no presencial

Vaivén de siluetas desprovistas de alma
Que caminan al sinfín de la naturaleza apisonada
De porvenir incierto
En empatías monetarias
Junto a inconcordancias liberales
Y a proezas que desperfectúan al tiempo

Las espinas que atosigan en lo que nunca sucederá
En el ruido de los besos
En el silencio de los decesos

La absorta teoría del realismo mental
Se hace presente
De amores que solo se aprecian por horas
En cuestiones
Instantes del desentendimiento de los hemisferios
Y causalidades de ideas que siempre saben sobrar

Sobre el agua
La superficia que atrevida fluye
La astucia de la intensa primavera
Se destierra
En la vivacidad desprolija del viento
Como el vaso desparramado
Que en la suspicacia del río mana hasta el suelo

Y los pasos arbitrarios
Las cúspides preliminares de la búsqueda del fin del mundo
En pantallas
El destrozo de las mentes
En amistades precoces en uniformes o chalecos de fuerza

Los tropiezos del encuentro de Adán con la serpiente
La manzana que dice ser prohibida
La hiprocecía que halla culpable
En la otra vereda
En la polución que tapa la verguenza
Que derrite el cielo

El caos como los tobillos del prestigioso descaro terrenal
De los enojos disrracionales atraídos
Por el vibrar de dientes
De cejas entrelazadas, brazos cruzados

La superstición de la piel quemada
De nuevas metáforas, colores de espontaneidad
En los amoríos de balcones solo en las páginas abiertas

Las piezas intelictivas en las pinceladas de la cerveza
En los compases a destiempo
Los suicidas de la poesía desestructurada
Pidiendo a gritos el ser oídos
Desestabilizarel triunfo del relleno incipiente

Pero bien sabe la escritura que las palabras son impuras
Que el punzante fierro atravieza
Las entrañas del arcoiris
Las pisadas en Marte, la televisión por cable

Y cuando por fin
Se desmunce la arena
Se desacucen de agravio los amantes
Y se dispongan de exuberancia los encuentros
El concepto de destino tomará la nueva pulsación
De no ser inherente

Pero sí apócrifo
No superalivo
Y vendrá a saber lo que es feliz
Secuencias de sueños,
Terremotos de reestructuración
En infinidad de dibujos ya casi sin humedad.

Deseo nebuloso

Esa mueca de inocencia de labios gruesos
Perfectos
La curva de tu cintura que se inunda de certezas
La profundidad del milimétrico punto del surco en sus ojos,
de la eternidad del silencio y de hombros rectos

Te quiero en la pestaña en tu nariz
Te quiero en tus lentes torcidos, en tu flequillo desdibujado
Te deseo en lo esencial del desayuno, en las reacciones bruscas de tu cuello
Me abstraigo en tu sonrisa y en el lápiz que presiona en tu cachete
Te siento en las pisadas en la arena, en un arreglo afinado
En la fotografía fuera de foco
Te extraño en la botella vacía, en el bostezo del mediodía

Y si las funciones de la valentía me sorprenden en el flujo de tus palabras
Y si la cobardía se pliega en tus ojos alegres
Encontraré las ideas para convertir mi mirada con culpa
En la cuchara que se acerca a tu boca
Al dedo que limpia el pliegue de tu labio
A tus cejas que se sacuden con la música

Mientras llueva con suavidad y no entiendas por qué llueve
Aunque no interpretes que alguien abandone tu apreciación para buscar otras respuestas
Igual te entiendo y aprecio tu inocencia:
En una mano sobre la mesa dejándose acariciar por la otra

Adoro el brillo de tus tobillos
El cruce de tus pies en reposo
Admiro tu astucia, tu sutileza, tu espontáneo despilfarro de risa, la densidad de tu cadera
Ahorro premisas de incentivos desinteresados porque colecciono tus miradas furtivas de aprobación
Locuras para la esperanza
Y aunque hoy las pausas de otro te acompañan en tu intrépido desenrriedo
Por menos que las gotas evoquen la necedad de este desacontecer
Nebulosa
Imprecisa
Alargaré las herramientas para imprimir en tu olvido las marcas que quiero que suplantes para siempre.

Permiso

Pidió permiso
Permiso para no pertenecer
Decantar
Cubrirse de empatía
Desbordar de sentimientos

Permiso rezó
Para mover su baile en sus propios compases
Quebrar el protocolo
Sustraer esquemas mentales
Resquebrajar sus angustias

Sustrajo permiso
Para dudar de las bases de las circunstancias
Para desoxigenar su sangre
Arrugar sus prendas agujereadas
Respetar el conocimiento

Mendigó permiso
Para entonar estrofas por las calles
Callar cuando se acusa sin palabras
Descuidar la moral
Perpetuar, desaceptar

Permiso rogó
Para formular preguntas sin respuesta
Ahogarse en palabras confusas
Soñar realidades inoportunas
Verse fuera de tiempo

Permiso pidió
Para disfrutar de la abstracción
Reir como un demente
Aprender a no encontrarse
Ironizar, curiosear

Abogó permiso
Para ser el epicentro del terremoto
Un amante desvergonzado
La gota que rebalsó el vaso

No encontró estúpidos permisos
Ni respuestas para empezar a ser
y se ahogó pidiendo
En su represión
En su imitación
Y en la destrucción de su originalidad

miércoles, 8 de octubre de 2014

Incompatible

Con sus piernas cruzadas cerca de la mesa redonda revolvía la yerba del mate recién cebado sin pensar verdaderamente en lo que estaba haciendo. Sus ojos clavados en el dedo gordo que abrazaba la punta de la bombilla que a su vez miraba sin interés. El flequillo castaño caía a los dos costados de su frente y parte de su cabellera ondulada se afirmaba con un lazo en su espalda. La miraba intentando interpretar los pensamientos que corrían mientras me arruinaba un mate nuevo. No pensaba en lo que estaba haciendo o no sabía que eso era completamente contraproducente. Lejos del intelectualismo que curiosamente la rodeaba, parecía disfrutar de las ideas que despacio formulaba y reconstruía. Abría grande y cerraba sus ojos manipulando los niveles de pensamiento.
La miraba desde el piso, desorientado mientras disfrutaba de un algún ensayo de Saramago, haciendo a un lado mis críticas sociales y la construcción de mi ideología boicoteadora. La encontraba maravillosa en su callada ignorancia. Me resultaba atractiva en su desconcierto, en su simple entretenimiento del qué sé yo, en su reconstrucción de precarias fantasías que solo describiría si me permitía preguntarle en qué estaba pensando. Pero no lo haría, solo la disfrutaría en este pasaje del proceso del desamor. Por esos instantes renacía mi interés, mi fascinación por tan desorbitante ser que representaba el opuesto de mi mundo. Que provocaba mi disgusto con la misma facilidad que el noticiero, que me ofrecía análisis de poco aporte, que no conducía por el carril del hilo comunicativo.  Tan bello ser que desvariaba con el vuelo de una hoja, con una miga de pan olvidada sobre la mesa, con una charquito de agua que manchaba la mesa. Aún me pregunto a qué se debía esa frialdad con que la miraba desentendido pero con tanto interés. Porque ella ni se percataba, no levantaba la vista, no relajaba los párpados mientras yo sufría viendo como me destruía el mate recién hecho. De fondo corría perdido el disco Let it Be de The Beatles que rellenaba de psicodelia un clima fuera de órbita. Ella movía su sandalia negra fuera de tiempo y esporádicamente buscaba descifrar algunas de las letras de las canciones. Me desesperaba que solo supiera algunos estribillos y ni siquiera se gastara en aprenderse bien el resto del tema. Cada tanto soltaba la bombilla, buscaba con sus ojos el tocadiscos que seguía girando y se acomodaba hacia los costados los dos flecos que flotaban por su frente. No llegaba a levantar los ojos, solo volvía a la bombilla y ni se percataba que podría interesarme tomarme uno. Yo no buscaba explicación, solo disfrutaba de arte abstracto que su imperfección generaba frente a la mesa de madera. No la amaba, me generaba más irritación que amor. La quería, sí, disfrutaba de su compañía tanto como de sus silencios pero en general me veía obligado a salir a recorrer las calles de una ciudad con vida propia. Ella tampoco me daba muchas explicaciones a la hora de tomar sus llaves y salir. Allí sentada generaba un aura de armonía con un brote de melancolía y preocupación. Siempre conservando esa extraña calma que tanta controversia me representaba. Su pollera negra que caía hacia sus tobillos, su musculosa blanca que redondeaba sus pequeños senos, sus redondos ojos marrones reafirmaban esa avalancha de pasividad que me hacía estallar en cólera. Pasaba los minutos oculto bajo las amarillas hojas de mi libro y me exasperaba el hecho de no poder quitarle los ojos de encima. Sonreír por dentro por esa admirable ingenuidad rutinaria y por esa capacidad de abstracción total en cuyo interés total del mundo está en esa manipulación de un objeto. Ese insano desprendimiento de prejuicios, de esos segundos intereses de manipulación que reconstruía en su rutina. La falta de compromiso por la regeneración de conocimientos filosóficos, matemáticos y eruditos en general la colocaban dentro de las personas menos hábiles en mi escala. Ella lo sabía y demostraba no importarle. Pero un "nomeimporta" real absolutamente, donde ni siquiera ha de cuestionarse ni una sola vez si realmente le importe o no. Mientras llevaba y traía con firmeza la bombilla me recordaba a un niño utilizando un juguete con la violencia justa para no llegar a romperlo, desafiando a padres y maestros. Regocijándose sin saberlo por alcanzar ese límite en el que podía derrumbarlo todo y terminar castigado o divertirse en su mayor potencial. La atracción que la energía de esa escena que percibía con todo mi cuerpo parecía no acabarse. Estaba hipnotizado en la secuencia de sus paletas mordiendo el labio inferior y su boca girada a la izquierda de su nariz. La observaba como investigándola científicamente, como si de ella saldría postulada la hipótesis más reluciente de la comunicación no verbal o se recreara sin ningún tipo de error la utilización de las partes del cerebro humano. Ella aún sin saberlo se distorsionaba en esa nube de realidad y fantasía que su mente curiosa pero algo lenta imaginaba. Tan distintos los dos, tan rebuscadamente incompresibles e incompatibles, en caminos paralelos que no deberían haberse cruzado.

Pero ella sin saberlo tomó de sus ideas una filosa tijera, disfrutó otra milésima de segundo mientras levantaba con lentitud sus oscuros ojos hacia mi posición, y cortó ese hilo tembloroso que me imposibilitaba dejar de mirarla con una sonrisa que apagó la luz del sol que se filtraba por la ventana. Sintió el placer de encontrarme nervioso luchando por retomar con mis asuntos sin que ella supiera que la estaba contemplando y que alrededor de su pequeño cuerpo se recreaban un sinfín de ideas conspirativas que mi rebuscada mente supo generar. Cortó la tensión, soltó la repentina desunión que me hacía verla tan distinta y aprecié por un instante toda aquella otra conexión que buscaba tapar con intelectualismo: esa afinidad a vivir, esa rutina que compartíamos sin darnos explicaciones, y, sobre todo, esa capacidad de poder compartir una sonrisa sin tener que siquiera formular palabra. Fue muy reducido ese análisis, fue casi inperceptivo, porque ella escondió sus dientes, miró nuevamente a la bombilla y, por supuesto, no vio como yo abandonaba mi libro y me expulsaba de su paz para dedicarme a mirarla sin poder dejar de hacerlo.

sábado, 13 de septiembre de 2014

Rebatir

Es fácil andar por la vida decepcionando gente, pero aún más fácil es decepcionarte a ti mismo. Decepcionar y andar por ahí. Decepcionar y continuar con la rutina. Decepcionar y aún luchar contra la idea de ser una mejor versión de uno mismo. Porque nunca se opta por ser otro. Habría demasiadas cosas por cambiar, habría demasiado por abandonar, y demasiado por crear. Solo buscar ser uno y empezar a creer que eso vale. El que tiene que disfrutar del resultado final es uno mismo; siempre el que menos lo hace. El que es pisoteado, el que reducido a un pequeño insecto y es aplastado mientras el crujido se opaca en ese ruido desgarrador. Ya ni siquiera aislarse sirve. Ya ni siquiera encerrarse a leer. Ya ni siquiera forjar una entidad falsa te dará esa seguridad que estás buscando. Nada te dará esa seguridad. Y no es el miedo el que te corrompe, es esa sensación abismal de sentirse inútil, de sentirse improductivo y con un averiado ojo crítico. Porque al fin y al cabo el único que queda cuando se van todos es uno mismo. Reflexivo, rebalsado de introspectiva, solo. Porque es esa soledad la que enfrenta los dos grandes polos de tu mente y tu cuerpo, tu fortaleza y tus miserias, tus simpatía y tus fantasmas. Fantasmas que se aferran en ese espacio entre la piel y la carne y a cada paso rasguñan los pliegues de tu cuerpo. Cuantos más sean, el dolor es más intenso. Existen momentos en que los gritos de alegría que presionan como la gravedad generan el completo estado de pasividad de esos malditos monstruos invisibles. Pero dura poco y hay que sacarle el mejor provecho posible. Allí es donde se liberarán todas las endorfinas suficientes que golpearán lo que viene de esa fragilidad, de ese desequilibrio. Pero a veces la única forma entender las cosas es cambiando el panorama, y caer sin límite nos muestra las cosas desde ese otro lado. En definitiva de eso se trata, de rebatir la búsqueda incansable para lograr una mejora. No para ellos, sino para encontrar empatía en aquel que se nos presenta cuando estamos solos.

jueves, 19 de junio de 2014

Verdades al volante

Bien, bien, está dura la cosa. Yo, viste', tengo laburo pero veo que la gente está muy loca. Está muy loca la gente. - comentó en dirección al joven que se encontraba agarrado al pasamano detrás de su oreja derecha - Te tiran el auto en las esquinas, te frenan de golpe, no tienen problema que te los partas al medio. Esto, viste', a veces no frena. Aunque la chancha - golpeando la palanca de cambios - se la banca.
Y no me puedo quejar, tengo un laburo digno. Va, qué sé yo... va, sí, es bien digno. Yo vengo de una familia humilde. Me crié allá en Virreyes, ¿viste? ¿Cómo es que le dicen? ¡Virreyes City! - improvisó una risa - ¡Ja! Virreyes City, qué chantas. Pero lindo igual. Los pibes de la cuadra, la vieja y la escoba, la pelota. - la puerta de adelante se abrió y un abrigado pasajero subió y entre apretujones sacó un boleto de $3 - Pero nunca me faltó nada. Mis viejo laburaba mucho, la vieja conseguía una changuita cada tanto, mis hermanos se encargaban de hacerme hombre, cosas de estilo, viste'. Comíamos todos los días, íbamos al colegio, a la cancha cada tanto... ¡a ver al Matador, papá! Las grandes épocas. - el timbre se escuchó. Desde el fondo una muchacha con sobretodo verde y botas negras miraba por la ventana de la puerta - Pero igual, antes no estaban todos tan locos, qué sé yo, ahora te matan por $20. Si se los das, quieren más y si no se los das te pegan igual. No entienden nada esos. O sí... y son re vivos los machos, sí acá entran y salen a toque: saludan a los policías y seguro que reparten lo que ganan. - se escuchó el soplo de aire de los pistones y la puerta crujiendo para cerrarse. Se hizo un silencio por un par de segundos - Te decía: yo estoy tranquilo. Tengo laburo, me pagan a tiempo, tengo obra social, los pibes van a colegio. Nada... ¿qué más puedo pedir?.
Aunque es difícil. Los pasajeros se piensan que yo no voy más rápido porque no quiero. Se quejan del tránsito como si yo tuviera la solución. Me critican el precio del boleto. "Señora, ¿qué me dice a mí? Yo manejo esta cafetera de mierda, no el país" le digo. Se lo toman mal, viste', seguro que es la forma. Aunque mejor que no me rompan los quinotos. Bastante tengo a mi suegra cuando me obliga a ir a visitarla todos los domingos. No sabés, ¡es inspor-table! Ahora se le dio por tener miedo a todo. Es que mira mucho noticiero, viste', y esos están cada vez más bravos. "Hombre muerto de un disparo mientras entraba el auto al garage", "Niño aplastado por una grúa en terapia intensiva", "El dólar está incomprable". ¿El dólar? - risa improvisada - ¿Desde cuando quiere comprar dólares? Sí, claro, y después me pide plata para los medicamentos.
No sé, no me importa, yo me voy a ver a Tigre y se me van los problemas por un rato. Va... se me agrega uno, esos terribles 90 minutos. 95, 96, depende el alargue  - carcajada - Laburo las nueve horas acá para tener un restito para ir a la cancha - el vehículo frena abruptamente y el chofer abre con velocidad la ventanilla - ¡Avanzá boludo, ¿qué no ves que está en verde?! - seguido de unos segundos de silencio -Viste cómo se mandó, ¿no? - nuevamente al joven a su lado - Pero vos sos pibe'. Yo a tu edad no tenía ni idea de lo que era este país. No sé, salía con la banda, me acostaba tarde, laburaba fisurado y me iba a acostar deshecho. Pero me la jugué a ser feliz, al menos durante esos años. Después conocí a la vieja, tuve el primero y bueno... hace 20 años que manejo el bondi, viste', ¡Y mirá lo feliz que estoy! - con ironía -
Mi viejo me decía que estudie. "No me jodas, viejo", le respondía y me iba a la fábrica de ahí de Rolón y Uruguay, viste'. Me rascaba bastante pero laburaba hasta los sábados. Con casco, casi todo eso. Porque acá los únicos que no laburan son los políticos. No hay nadie como el General Perón. ¡Qué tipazo!
Igual roban todos por igual. A nadie le importa nada. Después por unos mangos arreglan con lo que hay arreglar - y guiño el ojo al espejo retrovisor sobre su cabeza - y ya están en la playa tomando champagne. Y nosotros como unos boludos seguimos laburando para que los pibes crezcan enteros. Y resarle al que se cruce, viste', porque está salada la cosa. Mucha droga, mucho escabio, la frula. ¿Vos alguna vez probaste la frula? - El joven negó con la cabeza - Es díficial la frula, quedás re duro, no entendés nada. Pero es cara también, la toman los que la manejan, por eso este país es un quilombo. La tele es un quilombo.
Ayer veía ese programa de chimentos. Ese que miran todos... Eseee. Bueno, no sé, y era todo un puterío (¿viste? se usa mucha esa palabra ahora) "Qué esta me dijo", "que la otra me contestó", qué carta documento, pum, pam - soltó el volante para acompañar con un gesto en ambos brazos - Y vuelan cartas documento a quién sabe dios. ¡Están todos locos!
Pero la tele me sirve. Llegó re cansado, con la espalda dura y con la boca abierta me pongo a mirar tele. Boludeces, ¿qué hay de buena para ver? ¡Nada! Pero igual me sirve, viste', alguna novela agarro. Algún partido de esos que nada que ver, también. No sé, el Monterrey contra el Pachuca. ¿Qué carajo hago mirando fútbol mexicano? - río con fuerza - Pero viste', para escapar un poco de todo esto. Es que Argentina es díficil, viste'. Más acá en pleno quilombo donde estamos. Una vez casi me voy para afuera, pero qué sé yo... - Se hizo un silencio y el joven con voz gruesa pero algo inhibida le preguntó - ¿Y por qué no se fue? - el chofer lo miró con ironía y respondió - Uh, no, ¿estás loco vos? Te imaginás lo que es irse. ¿Vivir sin mate, sin esta locura? ¿Te imaginás? No, me muero del embole. No sé, qué sé yo, soy argentino con todo que conlleva, viste'.

sábado, 3 de mayo de 2014

Proposiciones

El encuentro que pone en duda todo lo que alguna vez tuvo sentido. Sus ojos se cruzan con mi mente agotada que sonríe por dentro y murmura su locura por cada escama de mis dedos. Sentir mi pelo suspirar de emoción al oír una voz suave y dulce que murmura una frase sin sentido que se sobrecarga de paz: "Hola, un gusto". Pero no, el gusto es todo mío. Recrearte con mis retinas. Retenerte en un lugar seguro. Retarte a duelo en cada segundo de desconcierto.
Y una sonrisa hace vibrar tus labios y acalla tus palabras y abandonás la formalidad para dejar emerger una perfección abstracta debajo de tu nariz y en diagonal a tus orejas que se esconden detrás de unos rizos castaños.
Pienso que el espacio de mi silencio dejará en vista la frecuencia estúpidas de mis pensamientos. Así será, pero ya nada me impide ocultar lo explosivo de esa energía que se arrastra por mi cuerpo.
Debería contestar algo. En definitiva, me ocupo de practicar con frecuencia ese tipo de respuestas. La sinceridad me presiona debajo del paladar. Pongo en posición cada verbo, y me olvido de las pausas que permiten el ingreso de aire.
Se lanza al vacío la apertura de mi boca y florecen mis dientes en una risa que expresa duda y simpatía.
Cruzan reacciones, alegrías, tanto en juego. Me acerco torpemente el paso de distancia. Extiendo mis manos mis manos pidiendo permiso y arrastro impulsivo a un encuentro que podría cortar en dos mi vida.
Me vuelvo inmenso por un corto instante. Perfecto. Inmortal. Infinito.
Y caigo a lo incierto. Desaparezco acarreando la grandeza a un posible rechazo. Pero no abandono la sonrisa. Si algo he de dibujar en su juicio definitivo es el esfuerzo, las ganas de poder sostener esa mirada cargada de años y de distinción.
Encuentro el coraje con una pestañazo fugaz al piso y me cruzo sus labios pequeños. Estiro mi cuello y la fuerzo a devolverme un espasmódico beso en la mejilla.
La distancia pone a juicio la variedad de ese encuentro. Tan cercano, con su pizca de pícaro y desesperado. Separo con esfuerzo mi cuerpo para no parecer obsesivo y abandono el blanco de mis facciones para irradiar el calor de la sana vergüenza.
Encuentro el timbre de voz en algún extraño rincón de mis costumbres y dejo la sin razón en apretar el puño libre con nervios de novato.
"Es mío. El gusto es mío, ¿le gustaría tomar un café?", titubeé.
Resultó que no lo pensé, que simplemente surgió. Inventó una forma y se materializó el sonido en un curioso cuestionamiento.
La eternidad golpeó contra ese dedo que extendido se posó debajo de labio. Un desconocido proponiendo sin dudar un escape a un enfrentamiento de desprendimiento de ideas e historias. Los paseos no suelen abrir espacio a infundadas invitaciones.
Me abandonó, y girando con rapidez su cuello encontró una frase inesperada en el suelo gris. "Sí, ¿por qué no?" asintió y volvió a levantar su mirada. Y agregó quebrando toda distancia que había construido su sorpresiva respuesta: "¿Cómo es tu nombre?".
No recordé mi nombre y no existió respuesta. Dijo que sí. Aceptó y cargó de nuevas connotaciones la unión de esas dos letras. Abrí mi puño y la yema de mis dedos asumieron la libertad de imaginar lo inimaginable y abandonar el universo con los minutos por delante escuchando su voz.

lunes, 24 de marzo de 2014

Apreciaciones sobre la infidelidad

Se origina cuando una necesidad inexacta viene a remover los recovecos de tu suelo. En ese instante impregnado de duda que oxigena el huracán que viene a destruir los valores que parecían eternos. No es más que eso, un momento, un silencio, una repregunta a la que tu lado más oscuro le hizo lugar en tus encuentros. Un hecho punzante que marca el latido de tus vacilaciones. Que marcará a tinta gruesa el gris del espacio incómodo de tus necesidades.
La culpa es un arma que puede provocar la más profunda de las calamidades. Se hace fuerte en el revuelo del sueño y apuñala ideas de bondad y justicia. Tiemblan sermones que recompusieron distancias eternas y apreciaciones sin límite de jerarquía. Pero ese momento previo, ese impulso que proviene de recónditos lugares de tu mecanismo de inteligencia y se apoya presionando en varios extremos de tu cuerpo crea la fuerza suficiente para inundar de seguridad el más presuntuoso y desalineado deseo. Pero los retazos de injurias vivirán mudas en un acto que puede morir desapercibido o volcar en pacientes brotes de veneno toda la ira del haberse equivocado.
Comienza un ejercicio mayor, el ejercicio de no poder permitirse habitar otro mundo. Lo cometido encontrará sitio en reflexivas paradojas de los sentimientos cotidianos: en la taza de café, en las horas extras de trabajo, en las cenas. Las situaciones se alimentarán de un proceso de distracción que se venía forjando por años y se revolcará entre las sábanas de otro error.
Se recrearán palabras para definir represiones que amanecerán como lo que se concluía en jamases. El incidente tomará la cotidianeidad de lo impensado. Se asesinarán orgullosos con frecuencia y se incinerarán solo con imágenes decenas de papeles que afirmarían ser eternos.
Aprender a despertarse con eso es parte de las incongruencias de compartir una cama con un ser amado y de toparse con la inaceptable noción de haberse rendido a sistema de traiciones.
Todo habría parecido mejor si los acontecimientos hubieran circulado de otra manera. Si se hubiese cultivado el funcionamiento de tus estandartes de distinto modo la negación desterraría de tus poros los sucesos acontecidos. 
Pero los suicidios no abundan, y encontrarse repeliendo esa antigua rutina es dañino para las mentes frías y calculadoras, y también para las impulsivas y fervientes de aventuras. Los pocos lazos comunicativos con su propio amo de decisiones encontrarán alivio en lo sucedido que por ser remolcado a un recoveco es historia y solo se recreará con la apropiada unión en la sucesión de recuerdos.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Te amo por ceja

Te amo por ceja, por cabello, te debato en corredores
blanquísimos donde se juegan las fuentes de la luz,
te discuto a cada nombre, te arranco con delicadeza de cicatriz,
voy poniéndote en el pelo cenizas de relámpago
y cintas que dormían en la lluvia.
No quiero que tengas una forma, que seas
precisamente lo que viene detrás de tu mano,
porque el agua, considera el agua, y los leones
cuando se disuelven en el azúcar de la fábula,
y los gestos, esa arquitectura de la nada,
encendiendo sus lámparas a mitad del encuentro.
Todo mañana es la pizarra donde te invento y te dibujo,
pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco
con ese pelo lacio, esa sonrisa.
Busco tu suma, el borde de la copa donde el vino
es también la luna y el espejo,
busco esa línea que hace temblar a un hombre
en una galería de museo.
Además te quiero, y hace tiempo y frío.

Julio Cortázar

viernes, 7 de febrero de 2014

Simple hormiga

Imaginaba el camino de la hormiga. Forzosamente acarreando un peso mayor al de su propio cuerpo a través de un terreno repleto de interminables senderos, gigantes pastos verdes que se alzan en majestuosos pequeños bosques y profundos huecos en la húmeda tierra que advierten que por allí no pasará. A la intemperie de cualquier tempestad que destroce su carga o que hasta dañe alguna de sus extremidades, la fila de millones de hormigas se desplazan cumpliendo, sin más, con su arduo trabajo. A ciencia cierta, no conocen de penas ni valores y aún así son capaces de sentir sufrimiento. Ignoran su inferioridad dentro de un mundo sobrecargado de humanos -catalogados como seres superiores por mentes optimistas- y miles de otras especies que las superan en peso y tamaño. Punto a favor, tal vez no en cantidad.
Pero las grandes colonias -manada de mamíferos, bandada de pájaros, ¿y el ejército de hormigas?- cumplen con su deber con total voluntad y determinación, con dedicación y esfuerzo, sin saber siquiera si existen, sin entender los fines de armar un extenso hormiguero que abarque todo su universo; hasta el primer viento, el primer llanto de nube o idiotez humana.

lunes, 13 de enero de 2014

A saber

Se preguntó, como todas aquellas inertes tardes de verano, por qué sus cosas habían tomado ese rumbo (hace tiempo ya no usaba el término vida, para él, vivir era otra cosa).
En la noche nunca se había dejado vencer por el zumbido inoportuno del silencio, ni por la punzante paranoia del ruido constante de la gota en el duro azulejo. Ocurrente, había colocado esa foto perfecta que se mostraba desapercibida para las infortuitas visitas: él en un pequeño velero que lucía dos enormes velas blancas frente a un río teñido de marrón y decorado por manchas rojas de un sol que se daba por vencido. El viento se mostraba inquieto y golpeaba su cuerpo mientras avanzaba manso por el agua. A su lado, sus dos colegas favoritos sonrientes, sin más razones para ello que la agradable compañía, una paz que parecía eterna, y el dibujo de cada cebada de un mate tibio que giraba en torno a las palabras.
Desde su sitio, miraba la tranquilidad de un agua poco calma que dejaba fluir entre sus entre abiertos labios incipientes cuestiones metafísicas que él pretendía evitar y enlazar con memorias de tiempos distintos.
Sostenía, hace tiempo, una relación imperfecta con una mujer extraña y cambiante pero igual de inoportuna, llena de sorpresas y misterios. Se encargaba a diario de asesinar la rutina e incendiar los controversiales papeleos. Invaluables le resultaban los momentos en que golpeaba su puerta con una delicada flor que acababa de tomar prestada de cualquier umbral de paso. Aunque al disfrutar de su presencia no lograba desprenderme de una duda que había sabido atormentarlo durante años. No era la muerta, eso ya había aprendido a interpretarlo. Nada de eso. Lo atrapaban las relaciones interpersonales. Lo obsesionaba pensar que con frecuencia se generaban encuentros tan casuales que parecía construidos en broma y resultaban ser tan profundos y satisfactorios como un primer beso o el movimiento horizontal de una bandera. Por momentos, pensaba, se busca resumir las sensaciones más abarcativas en unas pocas palabras, y acarreamos la culpa diaria de la síntesis -¿A caso el amor significa eso?- 
Entonces se dejaba vencer abruptamente por las escalas de un terror que gozaba de escalofriantes consonantes: la soledad.
Ínfimas ocasiones luchó por intentar definir de qué se trataba ese sentimiento y solo había podido resumir en un ¡Plop! y la desesperación de encontrarse perdido entre una multitud parlante que escupía la burla como mecanismo de rechazo a la introspección.
Sin duda, por cuestiones atemporales, las situaciones se ampliaron al notar que esa vez las cosas (y hago hincapié en no usar el término vida) fueron distintas. Dos palabras surgieron estruendosas en su mente y vinieron a sacar brillo a sus ideas: absurda e inesperada. Fueron precisamente los dos soportes que supieron descifrar esos lapsos de dudas. Pero también describían sus relaciones, sus suspiros y, en una de esas, llegaron para fabricar un concepto de aquello que llaman vida.

lunes, 2 de diciembre de 2013

"Tuve yo la culpa, lloraba, y era verdad, no se podía negar. Pero también es cierto, si eso le sirve de consuelo, que si antes de cada acción pudiésemos prever todas sus consecuencias; nos pusiésemos a pensar en ellas seriamente; primero en las consecuencias inmediatas, después, las probables, más tarde las posibles, luego la imaginables; no llegaríamos siquiera a movernos de donde el primer pensamiento nos hubiera hecho detenernos. Los buenos y los malos resultados de nuestros dichos y obras se van distribuyendo, se supone que de forma bastante equilibrada y uniforme por todos los días del futuro, incluyendo aquellos, infinitos, en los que ya no estaremos aquí para poder comprobarlo para congratularnos o para pedir perdón. Hay quien dice que eso es la inmortalidad de la que tanto se habla. Lo será, pero este hombre está muerto y hay que enterrarlo."
Ensayo sobre la Ceguera, José Saramago

jueves, 7 de noviembre de 2013

Inconcluso

Soy todo aquello que dijiste y arrastro la culpa de lo que nunca pude ser. Me encuentro inconsciente imaginando lo que podría haber sido si no hubiera atravesado tu huracán de dudas.
Sube la noche, como el tiempo inquieto, y descubro que todo continúa igual para mí: ya no habrá nada que hacer con esta ráfaga de sentimientos irracionales.
Los planes de encuentros furtivos se desvanecen en un trance de frases inconexas y vocabulario desorientado.
El estruendoso reloj me recuerda que no hay momento para forjar un intercambio de discursos. Queda a la deriva la falsa conformidad, y se abre en el limbo mi espacio fuera de órbita.
Inhalo cobardía para dejar de pensarte y resuenan estrofas purificadas en caminatas eternas y vacíos pasos fóbicos de eternidad.
Reafirmando mis silencios de anfibio y la más desesperada asfixia descansaré en la visión de un extraño marginado.
Los relatos en tornasol aún se abstienen de darle sitio a tu silueta descolorida. Las nubes hermosas me preguntan cuánto tardará en estabilizarse esta ironía. La espera se desvanece, flota en su sitio y resurge, como la idea de infinito, como ese instante en que fluirás lejos de mi aura.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Palabras que alejan

Todo cambió. Todo se oscureció cuando afronté el sismo que susurraban tus palabras, ese deseo ferviente de salir a buscar sensaciones elocuentes, inexplicables. Entonces supe que no podría ser el silencio que buscabas.
Juré que podría masticar lo inexplicable por horas. Que podría superar las barreras del desentendimiento con tan solo cruzar ese infinito paisaje sonoro. Entendí esa tarde que sobre todo lo razonado habría de negociar la eternidad del desenlace que cayó al derramar esas oraciones. Me era imprescindible no justificar otro presente. No odiarme por saberme tan lejos y con tantas agujeros en mi espejo. Esperarte sería como rozar la experiencia del suicidio de integridad.
Supuse que todo aquello podría haber sido una invención de mi mente. El sentido del universo encontraba la sintonía cultivando aquella idea absurda de tenerte cerca y no poder mirarte. No entender los momentos, imaginar ocasiones, arruinar los vuelos de esta impasible oportunidad. 
Una extraña fuerza recorrió mi garganta mientras analizaba las palabras que cruzaban los surcos de mi mente. ¿Y si por primera vez las cosas comenzaría a funcionar? Pero también estaba esa otra posibilidad, ese otro retruque de razonamiento, ese verse rogando por un sentimiento incandescente, esa arquitectura de soledades que desenterraba más insatisfacción: morir en vida sería más simple que intentar persuadirte de ese quiebre.
Me desestructuraba, me conformaba, me preguntaba por el engaño que ahí se llevaba a cabo. Insistía en que existía alguna razón por la que ese inconexo procedimiento trascendía. Me desorientaban mis dolores físicos y las horas comenzaban a quemar mis retinas. Recurrí desencajado a la solución más desesperada. Cerré mis ojos, pero fue peor, estabas cada vez más cerca.
El proceso semanas más tarde continuaba empeorando. Ya no solo me contentaba con evitar mirarte, ahora me dolía hacerlo. Una confusa sensación de desgano y desgarro, supieron golpear mi dubitativo pecho. Como anticipo al huracán, mis supuestos volaban y despejaban mis rebuscadas ideas. Sospeché, al fin, que tendría la pieza de la derrota en mis manos. En un parpadeo encontré nuevas dudas, la negatividad relucía en los labios de ese maravilloso ser que imperfecto se rodeaba de un aurea de simpatías.
La deriva había dejado de ser el mayor problema, ahora el inconveniente eran mis ansias de que todo aquello cambie. Rozaba esa palpable posibilidad que tendría que haber aprendido a abandonar.
Analicé, en desahucias, el riesgo de naufragio. Repasé los incidentes, las palabras, hasta construí un muro de gestos ambiguos y anécdotas de distracción. Algo, nada más, quedó claro en esa escena de desencuentro y era que la urgencia me había amarrado los pasos hacia el frialdad del infinito.

jueves, 6 de junio de 2013

"El existencialista suele declarar que el hombre es angustia. Esto significa que el hombre que se compromete y que se da cuenta de que es no sólo el que elige ser, sino también un legislador, que elige al mismo tiempo que a sí mismo a la humanidad entera, no puede escapar al sentimiento de su total y profunda responsabilidad" 


El Existencialismo es un Humanismo, Jean-Paul Sartre

miércoles, 29 de mayo de 2013

Pasaje en reposo

Sentado en su sitio, como todas aquellas largas tardes de primavera, pensando en cuestiones que no hacen más que hacerlo sentir por demás desorientado, raro, inútil. Difícil simpatizar cuando se pasa gran parte del día frente a aquel monótono computador, ajeno a todo aquello que “debe” hacer, lejos de aquello que él desea. Inconsciente o tal vez conscientemente  aunque ajeno, solo porque por formar parte de aquella realidad que no elige pero le sienta cómodo y lo obliga a mantener ocupado su mente para no caer en todas aquellos otras realidades posibles (o imposibles, según marche la jornada).
Perdido siente el rumbo de los minutos que ceden al desamparo de su mirada. Perdido también cuenta las horas, los días, los años que faltan para que todo ello cambie; temerario de enfrentar ese otro sentimiento inoportuno de incansable desgano, intranquila desolación, aburrida tristeza. El mate otro fiel compañero, la yerba que de tanto en tanto necesita una renovación (como el espíritu, piensa entre suspiro y cebada), la radio encendida con voces que no buscan entenderlo, y algunos compañeros que aunque intenten, siguen y seguirán siendo muy diferente a él.
Soñador, con ansias de sabiduría, inexperto con las mujeres, torpe al orar entre amigos, sin duda un espécimen de los millones que rondan el esférico. Por mucho que intente sentirse especial sabe que, por cuanto tantos han intentado, son pocos los que han triunfado. De buena o mala manera, rememora a aquella gente que aparece en la televisión acusando extraños de inoperantes con fundamentes nulos y caen en el abismo ante la falta absoluta de ideas y a aquellos que por el sólo hecho de figurar caen en lo más burdo de su ser y se desnuda frente a morbosos espectadores que se alegrarán ante sus lagrimales y buscaran satisfacer su cuota mensual de “al menos no me pasa lo que a este” (siempre despectivamente, claro está). Y ni hablar de los políticos, esa jauría que admira pero no llega a entender; esa psicodelia de hombres excusados en un cambio por aquello que dicen creer y solo continúan la lucha por acrecentar su poder, dejando a un lado razones, sentimientos, pasiones mismas por llegar a ser algo antes de viejos. Escoltados bajo un tren de dinero, solo ven estaciones repletas de carroña, de intereses y personas aún más temibles que el peor villano de Hollywood. 
Acostumbrado, admira en si esa facilidad que tiene para irse por las ramas, tanto como la simplicidad que tiene para, oculto bajo una especie de falsa humildad, amar de si más de lo que odia y no entender cómo pocos lo hacen.
Incómodo advierte que es repudiado, compadecido o querido por grandes cantidades. No es fácil ser una buena persona estos días: callar para no continuar con una discusión absurda, pedir perdón cuando crees que aún estás correcto, sentir tristeza por esa gente a tu lado que no goza de lo misma que uno, no diferenciar a las personas por su aura materialista (un tema que busca la guerra en repetidas ocasiones).
Cansado de pequeños fracasos que su mente opta por amplificador al punto de ser aterradores como la muerte o el hambre, o disminuir y ceder ante un paso ínfimo. Son esas primeras ocasiones en las que ve una mancha negra que recorre su cuello lentamente implantándole desgarradoras ganas de no sentir más, desciende por su espalda hasta sus extremidades impidiendo su movimiento y allí reposa, horas y horas, acechando a cualquier ser que atraviese su rumbo, acosando a sus propias convicciones, atacando cada duda en su interior, cada inútil esfuerzo, cada síndrome de macabra soledad, cada palabra.
A medida que las horas pasan entiende a la sociedad de manera diferente, por ahora es el turno de la comparación con una hamaca. Considera que la misma fuerza  con la que uno lo logra ascender, en algún aspecto, es la misma con la que caerá nuevamente. Que el ciclo perfecto es absurdo y pernicioso, el mismo envión que logra llevarte hacia la cima toma tus piernas de manera despiadada y arroja tu cuerpo otra vez hacia abajo para volver a subir. Son muchos los que, a lo largo de la vida logran mantener esa fuerza y  superar la altura alcanzada pasada  la caída anterior. Sabe que son otros que apenas si pueden mantener la hamaca en movimiento, y ve que son pocos los que esperan el gran envión para saltar de aquella carcelaria hamaca hacia un destino incierto, lejos de mucho a lo que se han acostumbrado, y cerca de un porvenir que puede resultar el peor Jaque Mate de sus vidas.
Se burla de los libros de auto ayuda y de los psicólogos, aunque no deja de fraternizarse con cualquier simple melodía que cruce sus oídos. La analiza, la siente, vibra, la vierte en un sinfín de posibilidades hasta encontrarle su punto más delicado. Imagina los motivos del artista, las compara con sus experiencias de vida, sus fantasías y decadencias. Motiva miles de imágenes mentales de amigos, fronteras, posibilidades. Experimenta lo profundo del silencio y lo magnífico de cada instrumento. Prácticamente, la música es lo que le permite sobrellevar la rutina maliciosa en la que solo se ha metido y ha quedado atrapado. Añora ese momento de paz en que, entre sonidos disfruta un hermoso gran sol, algunas nubes y un mundo redondo que continúa girando: con o sin él, pero continua girando.
Al hablar de la vertiente de pensamientos, recae sobre su espalda el valor que posee cada pregunta que realiza. La escupe ante ajenos que en ocasiones se aburren de escuchar su voz cubierta de otra duda (probablemente obvia o probablemente no). Se enfrenta a la posibilidad de recibir una respuesta emocionante que le otorgue dulzura a un día que quizás no tenga mucho más para enseñarle. De esa manera, cree que al haber aprendido una palabra, una frase o una idea que, puede hasta no considerarla correcta, pero la siente suya: parte de lo que no piensa pero entiende. Entiende por analítico, entiende por rebuscado, entiende por haber intentado escuchar, entiende porque le permitirá seguir pensando por muchas más horas allí, sentado en su sitio.

miércoles, 22 de mayo de 2013

Amor a la sabiduría

Tú lograste encontrar la sintonía y reacomodar tus prioridades. Al Atravesar los peldaños de la incontinencia desterraste remordimientos.
Ese extraño ser que revienta contra su inestable imaginación supo desparramar tus palabras entre la almohada aún caliente. Esa inoportuna idea surgida frente a ráfagas de inspiración perdió todo su valor al contacto con tus labios y murió avergonzada al nunca haber sido.
Confundido, mi antigua alma (mis ideas, no mi dudoso espíritu) aprendió a valorar el reflejo de aquel misterioso ente que, ante el solo hecho de existir, ya formó parte de este apagado mundo de conceptos. En resonancia, además, reconoció a esa silueta destellante flotando en un manso río, la misma que barrió el polvo de tu rastro invaluable; y notó, en pleno proceso de unión de moléculas, que a pesar del constate cambió, él era yo.
Un "yo" de aquel entonces que por lejos no es el "yo" de ahora, que tampoco será el mismo que supo escribir las palabras que nunca leerás.
Esto que soy, el que desdeña dolorido la fragancia de tus dedos y continúa en la lucha por abandonar la joroba de tus confusos valores.
La unión propuesta, como la suelta amarra que te ataba a mis conocimientos, como el nihilismo de un dios agonizante, perdió su rumbo al encontrar imposible abrazar tu cuerpo de igual manera. Tal y como lo había hecho segundos atrás.
Por eso es que en el mismo papel que convertiré en cenizas divulgaré mis ambiguas palabras y transformaré para siempre los retazos de desencuentro que alguna vez luche por enseñarte. Injustificada serán esas contradicciones, tal vez, pero, privado de mi libertad mental, he perdido los verdaderos razonamientos. Buscarán las razones para convertirme en loco, castigarán mi sangre entre grandes barrotes, pero nunca encontraran estas confesiones y mucho menos lograran envenenar esto que flota en mi mente.

martes, 7 de mayo de 2013

De dudas y ensueños

Mancharé mis miedos con el goteo de las siguientes palabras que arrastraran en desacuerdo una docena de imposibilidades. En cada obsesiva frase resurgirán tus ideales para acrecentar las dificultades que me trae recordarte. He aprendido a morir bajo tus tonos deshilachados, y sobre tus sábanas aún estiradas. También conservé tus desvanes y tus inconcordancias. Una flamante noche, mientras se opaca la última estrella, determinaré las pausas que faltan para volver a enfrentarte. Esta vez, estará todo planeado como desde el primer día. Nada podría quedar librado para escupir las más intrépidas dolencias. Si bien, más de un fracaso se acumula en un baúl de olvidos, una leve sonrisa de un reflejo desconocido me confía que la melodía suena diferente. Risas de fantasmas se adhieren al sentimiento de negación y de entre miles de cerrojos que labios supieron guarecerse. Supe suspirar la eternidad de la noche, pero abracé alocados días de construcción de mentiras. Si el sol, cauteloso, aprendió a cubrir de rayas una descalza mirada; si el tinte de paredes descascaradas se cubrió del velo de una frase de esperanza; yo, ocultando una sonrisa develadora, llegaré a amanecer entre tus brazos.