Profetizó el muro y lo construyó pieza por pieza. Tomó de la mano a su real compañera y sacudió su hombro con el aire nervioso y temerario que lo caracterizaba.
Fijó la mirada en los verdes ojos que sobre una enorme mueca de felicidad relucían, y hasta parecían más bellos y destellantes que cualquier tiempo pasado; y rascó con suavidad su propia cabeza. Tal vez este acto forzaba a que sus pensamientos se establecieran en ideas. Quizás simplemente añoraba derramar en su aliento todas las palabras que contempló perderse en circunstanciales tempestades.
El extenso instante pasó y nada pareció tener un sentido, aunque todo continuó siendo demasiado real: ella frente a él. Sonriendo. Imperfecta. Llena de fantasías. Realidades. Sueños. Alegría. Tan extraordinaria al silencio de la brisa nocturna. Tan especial bajo un cielo sin estrellas. Tapando cualquier sonido con su respiración. Sorprendida y expectante pero inmune y disfrutando del olor a estupidez enamorada que aquel hombre desparramaba al aire.
Él, a centímetros de sus labios, vomitando frases sin sentido que buscaron encontrar un rumbo hacia el presente. Descompuesto en largos adjetivos que detallaron un siglo de naufragios y colapsos. Se describió, se apuñaló, y se perdió en vergüenza pero sin la menor intención de continuar hablando de sí mismo.
Perdido. Nunca tan perdido. Nunca tan estúpido, demente o dicharachero. Nunca tan fascinado y agradecido de hacerse mil preguntas sin respuestas, mil promesas incumplidas e imaginar momentos como ese.
Sostuvo en una mano el contacto con sus interminables dedos, con ella una porción de esperanza y un mundo que no necesitaba explicaciones. En la otra, clamó un puñado de inseguridades que no huirían con facilidad: que tal vez aprenda a callarlos y conservar la calma. Quizás busque enfrentarlos como Teseo a un Minotauro rendido y acorralado, pero siempre bajo el riesgo de quedarse atrapado en un laberinto de incongruencias.
El silencio verborrágico nunca encontró su lugar y tras largos suspiros observó la valentía en sus bolsillos. Rechazó todo manual de conquistas y cayó cansado ante una conjunción de letras antes desconocidas. Apretó ambos puños, atrapando con firmeza una de sus manos, abandonó el amparo del secreto de sus ojos y sintió su cuerpo enflaquecerse al pronunciar con esmero una frase hecha y mal interpretada: "al fin te encontré".
Se dieron lugar a una pausa, a una corriente helada por la espalda, a un par de ojos que se encontraron y la sorpresa de unos labios que determinaron que aquel momento pasaría a ser eterno.
A ti dejo mis cosas
Hace 8 años