lunes, 24 de marzo de 2014

Apreciaciones sobre la infidelidad

Se origina cuando una necesidad inexacta viene a remover los recovecos de tu suelo. En ese instante impregnado de duda que oxigena el huracán que viene a destruir los valores que parecían eternos. No es más que eso, un momento, un silencio, una repregunta a la que tu lado más oscuro le hizo lugar en tus encuentros. Un hecho punzante que marca el latido de tus vacilaciones. Que marcará a tinta gruesa el gris del espacio incómodo de tus necesidades.
La culpa es un arma que puede provocar la más profunda de las calamidades. Se hace fuerte en el revuelo del sueño y apuñala ideas de bondad y justicia. Tiemblan sermones que recompusieron distancias eternas y apreciaciones sin límite de jerarquía. Pero ese momento previo, ese impulso que proviene de recónditos lugares de tu mecanismo de inteligencia y se apoya presionando en varios extremos de tu cuerpo crea la fuerza suficiente para inundar de seguridad el más presuntuoso y desalineado deseo. Pero los retazos de injurias vivirán mudas en un acto que puede morir desapercibido o volcar en pacientes brotes de veneno toda la ira del haberse equivocado.
Comienza un ejercicio mayor, el ejercicio de no poder permitirse habitar otro mundo. Lo cometido encontrará sitio en reflexivas paradojas de los sentimientos cotidianos: en la taza de café, en las horas extras de trabajo, en las cenas. Las situaciones se alimentarán de un proceso de distracción que se venía forjando por años y se revolcará entre las sábanas de otro error.
Se recrearán palabras para definir represiones que amanecerán como lo que se concluía en jamases. El incidente tomará la cotidianeidad de lo impensado. Se asesinarán orgullosos con frecuencia y se incinerarán solo con imágenes decenas de papeles que afirmarían ser eternos.
Aprender a despertarse con eso es parte de las incongruencias de compartir una cama con un ser amado y de toparse con la inaceptable noción de haberse rendido a sistema de traiciones.
Todo habría parecido mejor si los acontecimientos hubieran circulado de otra manera. Si se hubiese cultivado el funcionamiento de tus estandartes de distinto modo la negación desterraría de tus poros los sucesos acontecidos. 
Pero los suicidios no abundan, y encontrarse repeliendo esa antigua rutina es dañino para las mentes frías y calculadoras, y también para las impulsivas y fervientes de aventuras. Los pocos lazos comunicativos con su propio amo de decisiones encontrarán alivio en lo sucedido que por ser remolcado a un recoveco es historia y solo se recreará con la apropiada unión en la sucesión de recuerdos.