El encuentro que pone en duda todo lo que alguna vez tuvo
sentido. Sus ojos se cruzan con mi mente agotada que sonríe por dentro y
murmura su locura por cada escama de mis dedos. Sentir mi pelo suspirar de
emoción al oír una voz suave y dulce que murmura una frase sin sentido que se
sobrecarga de paz: "Hola, un gusto". Pero no, el gusto es todo mío.
Recrearte con mis retinas. Retenerte en un lugar seguro. Retarte a duelo en
cada segundo de desconcierto.
Y una sonrisa hace vibrar tus labios y acalla tus palabras y
abandonás la formalidad para dejar emerger una perfección abstracta debajo de
tu nariz y en diagonal a tus orejas que se esconden detrás de unos rizos
castaños.
Pienso que el espacio de mi silencio dejará en vista la
frecuencia estúpidas de mis pensamientos. Así será, pero ya nada me impide
ocultar lo explosivo de esa energía que se arrastra por mi cuerpo.
Debería contestar algo. En definitiva, me ocupo de practicar
con frecuencia ese tipo de respuestas. La sinceridad me presiona debajo del
paladar. Pongo en posición cada verbo, y me olvido de las pausas que permiten el
ingreso de aire.
Se lanza al vacío la apertura de mi boca y florecen mis
dientes en una risa que expresa duda y simpatía.
Cruzan reacciones, alegrías, tanto en juego. Me acerco
torpemente el paso de distancia. Extiendo mis manos mis manos pidiendo permiso
y arrastro impulsivo a un encuentro que podría cortar en dos mi vida.
Me vuelvo inmenso por un corto instante. Perfecto. Inmortal.
Infinito.
Y caigo a lo incierto. Desaparezco acarreando la grandeza a
un posible rechazo. Pero no abandono la sonrisa. Si algo he de dibujar en su
juicio definitivo es el esfuerzo, las ganas de poder sostener esa mirada
cargada de años y de distinción.
Encuentro el coraje con una pestañazo fugaz al piso y me
cruzo sus labios pequeños. Estiro mi cuello y la fuerzo a devolverme un espasmódico
beso en la mejilla.
La distancia pone a juicio la variedad de ese encuentro. Tan
cercano, con su pizca de pícaro y desesperado. Separo con esfuerzo mi cuerpo
para no parecer obsesivo y abandono el blanco de mis facciones para irradiar el
calor de la sana vergüenza.
Encuentro el timbre de voz en algún extraño rincón de mis
costumbres y dejo la sin razón en apretar el puño libre con nervios de novato.
"Es mío. El gusto es mío, ¿le gustaría tomar un
café?", titubeé.
Resultó que no lo pensé, que simplemente surgió. Inventó una
forma y se materializó el sonido en un curioso cuestionamiento.
La eternidad golpeó contra ese dedo que extendido se posó
debajo de labio. Un desconocido proponiendo sin dudar un escape a un
enfrentamiento de desprendimiento de ideas e historias. Los paseos no suelen
abrir espacio a infundadas invitaciones.
Me abandonó, y girando con rapidez su cuello encontró una
frase inesperada en el suelo gris. "Sí, ¿por qué no?" asintió y
volvió a levantar su mirada. Y agregó quebrando toda distancia que había
construido su sorpresiva respuesta: "¿Cómo es tu nombre?".
No recordé mi nombre y no existió respuesta. Dijo que sí.
Aceptó y cargó de nuevas connotaciones la unión de esas dos letras. Abrí mi
puño y la yema de mis dedos asumieron la libertad de imaginar lo inimaginable y
abandonar el universo con los minutos por delante escuchando su voz.