sábado, 3 de mayo de 2014

Proposiciones

El encuentro que pone en duda todo lo que alguna vez tuvo sentido. Sus ojos se cruzan con mi mente agotada que sonríe por dentro y murmura su locura por cada escama de mis dedos. Sentir mi pelo suspirar de emoción al oír una voz suave y dulce que murmura una frase sin sentido que se sobrecarga de paz: "Hola, un gusto". Pero no, el gusto es todo mío. Recrearte con mis retinas. Retenerte en un lugar seguro. Retarte a duelo en cada segundo de desconcierto.
Y una sonrisa hace vibrar tus labios y acalla tus palabras y abandonás la formalidad para dejar emerger una perfección abstracta debajo de tu nariz y en diagonal a tus orejas que se esconden detrás de unos rizos castaños.
Pienso que el espacio de mi silencio dejará en vista la frecuencia estúpidas de mis pensamientos. Así será, pero ya nada me impide ocultar lo explosivo de esa energía que se arrastra por mi cuerpo.
Debería contestar algo. En definitiva, me ocupo de practicar con frecuencia ese tipo de respuestas. La sinceridad me presiona debajo del paladar. Pongo en posición cada verbo, y me olvido de las pausas que permiten el ingreso de aire.
Se lanza al vacío la apertura de mi boca y florecen mis dientes en una risa que expresa duda y simpatía.
Cruzan reacciones, alegrías, tanto en juego. Me acerco torpemente el paso de distancia. Extiendo mis manos mis manos pidiendo permiso y arrastro impulsivo a un encuentro que podría cortar en dos mi vida.
Me vuelvo inmenso por un corto instante. Perfecto. Inmortal. Infinito.
Y caigo a lo incierto. Desaparezco acarreando la grandeza a un posible rechazo. Pero no abandono la sonrisa. Si algo he de dibujar en su juicio definitivo es el esfuerzo, las ganas de poder sostener esa mirada cargada de años y de distinción.
Encuentro el coraje con una pestañazo fugaz al piso y me cruzo sus labios pequeños. Estiro mi cuello y la fuerzo a devolverme un espasmódico beso en la mejilla.
La distancia pone a juicio la variedad de ese encuentro. Tan cercano, con su pizca de pícaro y desesperado. Separo con esfuerzo mi cuerpo para no parecer obsesivo y abandono el blanco de mis facciones para irradiar el calor de la sana vergüenza.
Encuentro el timbre de voz en algún extraño rincón de mis costumbres y dejo la sin razón en apretar el puño libre con nervios de novato.
"Es mío. El gusto es mío, ¿le gustaría tomar un café?", titubeé.
Resultó que no lo pensé, que simplemente surgió. Inventó una forma y se materializó el sonido en un curioso cuestionamiento.
La eternidad golpeó contra ese dedo que extendido se posó debajo de labio. Un desconocido proponiendo sin dudar un escape a un enfrentamiento de desprendimiento de ideas e historias. Los paseos no suelen abrir espacio a infundadas invitaciones.
Me abandonó, y girando con rapidez su cuello encontró una frase inesperada en el suelo gris. "Sí, ¿por qué no?" asintió y volvió a levantar su mirada. Y agregó quebrando toda distancia que había construido su sorpresiva respuesta: "¿Cómo es tu nombre?".
No recordé mi nombre y no existió respuesta. Dijo que sí. Aceptó y cargó de nuevas connotaciones la unión de esas dos letras. Abrí mi puño y la yema de mis dedos asumieron la libertad de imaginar lo inimaginable y abandonar el universo con los minutos por delante escuchando su voz.