miércoles, 8 de octubre de 2014

Incompatible

Con sus piernas cruzadas cerca de la mesa redonda revolvía la yerba del mate recién cebado sin pensar verdaderamente en lo que estaba haciendo. Sus ojos clavados en el dedo gordo que abrazaba la punta de la bombilla que a su vez miraba sin interés. El flequillo castaño caía a los dos costados de su frente y parte de su cabellera ondulada se afirmaba con un lazo en su espalda. La miraba intentando interpretar los pensamientos que corrían mientras me arruinaba un mate nuevo. No pensaba en lo que estaba haciendo o no sabía que eso era completamente contraproducente. Lejos del intelectualismo que curiosamente la rodeaba, parecía disfrutar de las ideas que despacio formulaba y reconstruía. Abría grande y cerraba sus ojos manipulando los niveles de pensamiento.
La miraba desde el piso, desorientado mientras disfrutaba de un algún ensayo de Saramago, haciendo a un lado mis críticas sociales y la construcción de mi ideología boicoteadora. La encontraba maravillosa en su callada ignorancia. Me resultaba atractiva en su desconcierto, en su simple entretenimiento del qué sé yo, en su reconstrucción de precarias fantasías que solo describiría si me permitía preguntarle en qué estaba pensando. Pero no lo haría, solo la disfrutaría en este pasaje del proceso del desamor. Por esos instantes renacía mi interés, mi fascinación por tan desorbitante ser que representaba el opuesto de mi mundo. Que provocaba mi disgusto con la misma facilidad que el noticiero, que me ofrecía análisis de poco aporte, que no conducía por el carril del hilo comunicativo.  Tan bello ser que desvariaba con el vuelo de una hoja, con una miga de pan olvidada sobre la mesa, con una charquito de agua que manchaba la mesa. Aún me pregunto a qué se debía esa frialdad con que la miraba desentendido pero con tanto interés. Porque ella ni se percataba, no levantaba la vista, no relajaba los párpados mientras yo sufría viendo como me destruía el mate recién hecho. De fondo corría perdido el disco Let it Be de The Beatles que rellenaba de psicodelia un clima fuera de órbita. Ella movía su sandalia negra fuera de tiempo y esporádicamente buscaba descifrar algunas de las letras de las canciones. Me desesperaba que solo supiera algunos estribillos y ni siquiera se gastara en aprenderse bien el resto del tema. Cada tanto soltaba la bombilla, buscaba con sus ojos el tocadiscos que seguía girando y se acomodaba hacia los costados los dos flecos que flotaban por su frente. No llegaba a levantar los ojos, solo volvía a la bombilla y ni se percataba que podría interesarme tomarme uno. Yo no buscaba explicación, solo disfrutaba de arte abstracto que su imperfección generaba frente a la mesa de madera. No la amaba, me generaba más irritación que amor. La quería, sí, disfrutaba de su compañía tanto como de sus silencios pero en general me veía obligado a salir a recorrer las calles de una ciudad con vida propia. Ella tampoco me daba muchas explicaciones a la hora de tomar sus llaves y salir. Allí sentada generaba un aura de armonía con un brote de melancolía y preocupación. Siempre conservando esa extraña calma que tanta controversia me representaba. Su pollera negra que caía hacia sus tobillos, su musculosa blanca que redondeaba sus pequeños senos, sus redondos ojos marrones reafirmaban esa avalancha de pasividad que me hacía estallar en cólera. Pasaba los minutos oculto bajo las amarillas hojas de mi libro y me exasperaba el hecho de no poder quitarle los ojos de encima. Sonreír por dentro por esa admirable ingenuidad rutinaria y por esa capacidad de abstracción total en cuyo interés total del mundo está en esa manipulación de un objeto. Ese insano desprendimiento de prejuicios, de esos segundos intereses de manipulación que reconstruía en su rutina. La falta de compromiso por la regeneración de conocimientos filosóficos, matemáticos y eruditos en general la colocaban dentro de las personas menos hábiles en mi escala. Ella lo sabía y demostraba no importarle. Pero un "nomeimporta" real absolutamente, donde ni siquiera ha de cuestionarse ni una sola vez si realmente le importe o no. Mientras llevaba y traía con firmeza la bombilla me recordaba a un niño utilizando un juguete con la violencia justa para no llegar a romperlo, desafiando a padres y maestros. Regocijándose sin saberlo por alcanzar ese límite en el que podía derrumbarlo todo y terminar castigado o divertirse en su mayor potencial. La atracción que la energía de esa escena que percibía con todo mi cuerpo parecía no acabarse. Estaba hipnotizado en la secuencia de sus paletas mordiendo el labio inferior y su boca girada a la izquierda de su nariz. La observaba como investigándola científicamente, como si de ella saldría postulada la hipótesis más reluciente de la comunicación no verbal o se recreara sin ningún tipo de error la utilización de las partes del cerebro humano. Ella aún sin saberlo se distorsionaba en esa nube de realidad y fantasía que su mente curiosa pero algo lenta imaginaba. Tan distintos los dos, tan rebuscadamente incompresibles e incompatibles, en caminos paralelos que no deberían haberse cruzado.

Pero ella sin saberlo tomó de sus ideas una filosa tijera, disfrutó otra milésima de segundo mientras levantaba con lentitud sus oscuros ojos hacia mi posición, y cortó ese hilo tembloroso que me imposibilitaba dejar de mirarla con una sonrisa que apagó la luz del sol que se filtraba por la ventana. Sintió el placer de encontrarme nervioso luchando por retomar con mis asuntos sin que ella supiera que la estaba contemplando y que alrededor de su pequeño cuerpo se recreaban un sinfín de ideas conspirativas que mi rebuscada mente supo generar. Cortó la tensión, soltó la repentina desunión que me hacía verla tan distinta y aprecié por un instante toda aquella otra conexión que buscaba tapar con intelectualismo: esa afinidad a vivir, esa rutina que compartíamos sin darnos explicaciones, y, sobre todo, esa capacidad de poder compartir una sonrisa sin tener que siquiera formular palabra. Fue muy reducido ese análisis, fue casi inperceptivo, porque ella escondió sus dientes, miró nuevamente a la bombilla y, por supuesto, no vio como yo abandonaba mi libro y me expulsaba de su paz para dedicarme a mirarla sin poder dejar de hacerlo.

sábado, 13 de septiembre de 2014

Rebatir

Es fácil andar por la vida decepcionando gente, pero aún más fácil es decepcionarte a ti mismo. Decepcionar y andar por ahí. Decepcionar y continuar con la rutina. Decepcionar y aún luchar contra la idea de ser una mejor versión de uno mismo. Porque nunca se opta por ser otro. Habría demasiadas cosas por cambiar, habría demasiado por abandonar, y demasiado por crear. Solo buscar ser uno y empezar a creer que eso vale. El que tiene que disfrutar del resultado final es uno mismo; siempre el que menos lo hace. El que es pisoteado, el que reducido a un pequeño insecto y es aplastado mientras el crujido se opaca en ese ruido desgarrador. Ya ni siquiera aislarse sirve. Ya ni siquiera encerrarse a leer. Ya ni siquiera forjar una entidad falsa te dará esa seguridad que estás buscando. Nada te dará esa seguridad. Y no es el miedo el que te corrompe, es esa sensación abismal de sentirse inútil, de sentirse improductivo y con un averiado ojo crítico. Porque al fin y al cabo el único que queda cuando se van todos es uno mismo. Reflexivo, rebalsado de introspectiva, solo. Porque es esa soledad la que enfrenta los dos grandes polos de tu mente y tu cuerpo, tu fortaleza y tus miserias, tus simpatía y tus fantasmas. Fantasmas que se aferran en ese espacio entre la piel y la carne y a cada paso rasguñan los pliegues de tu cuerpo. Cuantos más sean, el dolor es más intenso. Existen momentos en que los gritos de alegría que presionan como la gravedad generan el completo estado de pasividad de esos malditos monstruos invisibles. Pero dura poco y hay que sacarle el mejor provecho posible. Allí es donde se liberarán todas las endorfinas suficientes que golpearán lo que viene de esa fragilidad, de ese desequilibrio. Pero a veces la única forma entender las cosas es cambiando el panorama, y caer sin límite nos muestra las cosas desde ese otro lado. En definitiva de eso se trata, de rebatir la búsqueda incansable para lograr una mejora. No para ellos, sino para encontrar empatía en aquel que se nos presenta cuando estamos solos.

jueves, 19 de junio de 2014

Verdades al volante

Bien, bien, está dura la cosa. Yo, viste', tengo laburo pero veo que la gente está muy loca. Está muy loca la gente. - comentó en dirección al joven que se encontraba agarrado al pasamano detrás de su oreja derecha - Te tiran el auto en las esquinas, te frenan de golpe, no tienen problema que te los partas al medio. Esto, viste', a veces no frena. Aunque la chancha - golpeando la palanca de cambios - se la banca.
Y no me puedo quejar, tengo un laburo digno. Va, qué sé yo... va, sí, es bien digno. Yo vengo de una familia humilde. Me crié allá en Virreyes, ¿viste? ¿Cómo es que le dicen? ¡Virreyes City! - improvisó una risa - ¡Ja! Virreyes City, qué chantas. Pero lindo igual. Los pibes de la cuadra, la vieja y la escoba, la pelota. - la puerta de adelante se abrió y un abrigado pasajero subió y entre apretujones sacó un boleto de $3 - Pero nunca me faltó nada. Mis viejo laburaba mucho, la vieja conseguía una changuita cada tanto, mis hermanos se encargaban de hacerme hombre, cosas de estilo, viste'. Comíamos todos los días, íbamos al colegio, a la cancha cada tanto... ¡a ver al Matador, papá! Las grandes épocas. - el timbre se escuchó. Desde el fondo una muchacha con sobretodo verde y botas negras miraba por la ventana de la puerta - Pero igual, antes no estaban todos tan locos, qué sé yo, ahora te matan por $20. Si se los das, quieren más y si no se los das te pegan igual. No entienden nada esos. O sí... y son re vivos los machos, sí acá entran y salen a toque: saludan a los policías y seguro que reparten lo que ganan. - se escuchó el soplo de aire de los pistones y la puerta crujiendo para cerrarse. Se hizo un silencio por un par de segundos - Te decía: yo estoy tranquilo. Tengo laburo, me pagan a tiempo, tengo obra social, los pibes van a colegio. Nada... ¿qué más puedo pedir?.
Aunque es difícil. Los pasajeros se piensan que yo no voy más rápido porque no quiero. Se quejan del tránsito como si yo tuviera la solución. Me critican el precio del boleto. "Señora, ¿qué me dice a mí? Yo manejo esta cafetera de mierda, no el país" le digo. Se lo toman mal, viste', seguro que es la forma. Aunque mejor que no me rompan los quinotos. Bastante tengo a mi suegra cuando me obliga a ir a visitarla todos los domingos. No sabés, ¡es inspor-table! Ahora se le dio por tener miedo a todo. Es que mira mucho noticiero, viste', y esos están cada vez más bravos. "Hombre muerto de un disparo mientras entraba el auto al garage", "Niño aplastado por una grúa en terapia intensiva", "El dólar está incomprable". ¿El dólar? - risa improvisada - ¿Desde cuando quiere comprar dólares? Sí, claro, y después me pide plata para los medicamentos.
No sé, no me importa, yo me voy a ver a Tigre y se me van los problemas por un rato. Va... se me agrega uno, esos terribles 90 minutos. 95, 96, depende el alargue  - carcajada - Laburo las nueve horas acá para tener un restito para ir a la cancha - el vehículo frena abruptamente y el chofer abre con velocidad la ventanilla - ¡Avanzá boludo, ¿qué no ves que está en verde?! - seguido de unos segundos de silencio -Viste cómo se mandó, ¿no? - nuevamente al joven a su lado - Pero vos sos pibe'. Yo a tu edad no tenía ni idea de lo que era este país. No sé, salía con la banda, me acostaba tarde, laburaba fisurado y me iba a acostar deshecho. Pero me la jugué a ser feliz, al menos durante esos años. Después conocí a la vieja, tuve el primero y bueno... hace 20 años que manejo el bondi, viste', ¡Y mirá lo feliz que estoy! - con ironía -
Mi viejo me decía que estudie. "No me jodas, viejo", le respondía y me iba a la fábrica de ahí de Rolón y Uruguay, viste'. Me rascaba bastante pero laburaba hasta los sábados. Con casco, casi todo eso. Porque acá los únicos que no laburan son los políticos. No hay nadie como el General Perón. ¡Qué tipazo!
Igual roban todos por igual. A nadie le importa nada. Después por unos mangos arreglan con lo que hay arreglar - y guiño el ojo al espejo retrovisor sobre su cabeza - y ya están en la playa tomando champagne. Y nosotros como unos boludos seguimos laburando para que los pibes crezcan enteros. Y resarle al que se cruce, viste', porque está salada la cosa. Mucha droga, mucho escabio, la frula. ¿Vos alguna vez probaste la frula? - El joven negó con la cabeza - Es díficial la frula, quedás re duro, no entendés nada. Pero es cara también, la toman los que la manejan, por eso este país es un quilombo. La tele es un quilombo.
Ayer veía ese programa de chimentos. Ese que miran todos... Eseee. Bueno, no sé, y era todo un puterío (¿viste? se usa mucha esa palabra ahora) "Qué esta me dijo", "que la otra me contestó", qué carta documento, pum, pam - soltó el volante para acompañar con un gesto en ambos brazos - Y vuelan cartas documento a quién sabe dios. ¡Están todos locos!
Pero la tele me sirve. Llegó re cansado, con la espalda dura y con la boca abierta me pongo a mirar tele. Boludeces, ¿qué hay de buena para ver? ¡Nada! Pero igual me sirve, viste', alguna novela agarro. Algún partido de esos que nada que ver, también. No sé, el Monterrey contra el Pachuca. ¿Qué carajo hago mirando fútbol mexicano? - río con fuerza - Pero viste', para escapar un poco de todo esto. Es que Argentina es díficil, viste'. Más acá en pleno quilombo donde estamos. Una vez casi me voy para afuera, pero qué sé yo... - Se hizo un silencio y el joven con voz gruesa pero algo inhibida le preguntó - ¿Y por qué no se fue? - el chofer lo miró con ironía y respondió - Uh, no, ¿estás loco vos? Te imaginás lo que es irse. ¿Vivir sin mate, sin esta locura? ¿Te imaginás? No, me muero del embole. No sé, qué sé yo, soy argentino con todo que conlleva, viste'.

sábado, 3 de mayo de 2014

Proposiciones

El encuentro que pone en duda todo lo que alguna vez tuvo sentido. Sus ojos se cruzan con mi mente agotada que sonríe por dentro y murmura su locura por cada escama de mis dedos. Sentir mi pelo suspirar de emoción al oír una voz suave y dulce que murmura una frase sin sentido que se sobrecarga de paz: "Hola, un gusto". Pero no, el gusto es todo mío. Recrearte con mis retinas. Retenerte en un lugar seguro. Retarte a duelo en cada segundo de desconcierto.
Y una sonrisa hace vibrar tus labios y acalla tus palabras y abandonás la formalidad para dejar emerger una perfección abstracta debajo de tu nariz y en diagonal a tus orejas que se esconden detrás de unos rizos castaños.
Pienso que el espacio de mi silencio dejará en vista la frecuencia estúpidas de mis pensamientos. Así será, pero ya nada me impide ocultar lo explosivo de esa energía que se arrastra por mi cuerpo.
Debería contestar algo. En definitiva, me ocupo de practicar con frecuencia ese tipo de respuestas. La sinceridad me presiona debajo del paladar. Pongo en posición cada verbo, y me olvido de las pausas que permiten el ingreso de aire.
Se lanza al vacío la apertura de mi boca y florecen mis dientes en una risa que expresa duda y simpatía.
Cruzan reacciones, alegrías, tanto en juego. Me acerco torpemente el paso de distancia. Extiendo mis manos mis manos pidiendo permiso y arrastro impulsivo a un encuentro que podría cortar en dos mi vida.
Me vuelvo inmenso por un corto instante. Perfecto. Inmortal. Infinito.
Y caigo a lo incierto. Desaparezco acarreando la grandeza a un posible rechazo. Pero no abandono la sonrisa. Si algo he de dibujar en su juicio definitivo es el esfuerzo, las ganas de poder sostener esa mirada cargada de años y de distinción.
Encuentro el coraje con una pestañazo fugaz al piso y me cruzo sus labios pequeños. Estiro mi cuello y la fuerzo a devolverme un espasmódico beso en la mejilla.
La distancia pone a juicio la variedad de ese encuentro. Tan cercano, con su pizca de pícaro y desesperado. Separo con esfuerzo mi cuerpo para no parecer obsesivo y abandono el blanco de mis facciones para irradiar el calor de la sana vergüenza.
Encuentro el timbre de voz en algún extraño rincón de mis costumbres y dejo la sin razón en apretar el puño libre con nervios de novato.
"Es mío. El gusto es mío, ¿le gustaría tomar un café?", titubeé.
Resultó que no lo pensé, que simplemente surgió. Inventó una forma y se materializó el sonido en un curioso cuestionamiento.
La eternidad golpeó contra ese dedo que extendido se posó debajo de labio. Un desconocido proponiendo sin dudar un escape a un enfrentamiento de desprendimiento de ideas e historias. Los paseos no suelen abrir espacio a infundadas invitaciones.
Me abandonó, y girando con rapidez su cuello encontró una frase inesperada en el suelo gris. "Sí, ¿por qué no?" asintió y volvió a levantar su mirada. Y agregó quebrando toda distancia que había construido su sorpresiva respuesta: "¿Cómo es tu nombre?".
No recordé mi nombre y no existió respuesta. Dijo que sí. Aceptó y cargó de nuevas connotaciones la unión de esas dos letras. Abrí mi puño y la yema de mis dedos asumieron la libertad de imaginar lo inimaginable y abandonar el universo con los minutos por delante escuchando su voz.

lunes, 24 de marzo de 2014

Apreciaciones sobre la infidelidad

Se origina cuando una necesidad inexacta viene a remover los recovecos de tu suelo. En ese instante impregnado de duda que oxigena el huracán que viene a destruir los valores que parecían eternos. No es más que eso, un momento, un silencio, una repregunta a la que tu lado más oscuro le hizo lugar en tus encuentros. Un hecho punzante que marca el latido de tus vacilaciones. Que marcará a tinta gruesa el gris del espacio incómodo de tus necesidades.
La culpa es un arma que puede provocar la más profunda de las calamidades. Se hace fuerte en el revuelo del sueño y apuñala ideas de bondad y justicia. Tiemblan sermones que recompusieron distancias eternas y apreciaciones sin límite de jerarquía. Pero ese momento previo, ese impulso que proviene de recónditos lugares de tu mecanismo de inteligencia y se apoya presionando en varios extremos de tu cuerpo crea la fuerza suficiente para inundar de seguridad el más presuntuoso y desalineado deseo. Pero los retazos de injurias vivirán mudas en un acto que puede morir desapercibido o volcar en pacientes brotes de veneno toda la ira del haberse equivocado.
Comienza un ejercicio mayor, el ejercicio de no poder permitirse habitar otro mundo. Lo cometido encontrará sitio en reflexivas paradojas de los sentimientos cotidianos: en la taza de café, en las horas extras de trabajo, en las cenas. Las situaciones se alimentarán de un proceso de distracción que se venía forjando por años y se revolcará entre las sábanas de otro error.
Se recrearán palabras para definir represiones que amanecerán como lo que se concluía en jamases. El incidente tomará la cotidianeidad de lo impensado. Se asesinarán orgullosos con frecuencia y se incinerarán solo con imágenes decenas de papeles que afirmarían ser eternos.
Aprender a despertarse con eso es parte de las incongruencias de compartir una cama con un ser amado y de toparse con la inaceptable noción de haberse rendido a sistema de traiciones.
Todo habría parecido mejor si los acontecimientos hubieran circulado de otra manera. Si se hubiese cultivado el funcionamiento de tus estandartes de distinto modo la negación desterraría de tus poros los sucesos acontecidos. 
Pero los suicidios no abundan, y encontrarse repeliendo esa antigua rutina es dañino para las mentes frías y calculadoras, y también para las impulsivas y fervientes de aventuras. Los pocos lazos comunicativos con su propio amo de decisiones encontrarán alivio en lo sucedido que por ser remolcado a un recoveco es historia y solo se recreará con la apropiada unión en la sucesión de recuerdos.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Te amo por ceja

Te amo por ceja, por cabello, te debato en corredores
blanquísimos donde se juegan las fuentes de la luz,
te discuto a cada nombre, te arranco con delicadeza de cicatriz,
voy poniéndote en el pelo cenizas de relámpago
y cintas que dormían en la lluvia.
No quiero que tengas una forma, que seas
precisamente lo que viene detrás de tu mano,
porque el agua, considera el agua, y los leones
cuando se disuelven en el azúcar de la fábula,
y los gestos, esa arquitectura de la nada,
encendiendo sus lámparas a mitad del encuentro.
Todo mañana es la pizarra donde te invento y te dibujo,
pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco
con ese pelo lacio, esa sonrisa.
Busco tu suma, el borde de la copa donde el vino
es también la luna y el espejo,
busco esa línea que hace temblar a un hombre
en una galería de museo.
Además te quiero, y hace tiempo y frío.

Julio Cortázar

viernes, 7 de febrero de 2014

Simple hormiga

Imaginaba el camino de la hormiga. Forzosamente acarreando un peso mayor al de su propio cuerpo a través de un terreno repleto de interminables senderos, gigantes pastos verdes que se alzan en majestuosos pequeños bosques y profundos huecos en la húmeda tierra que advierten que por allí no pasará. A la intemperie de cualquier tempestad que destroce su carga o que hasta dañe alguna de sus extremidades, la fila de millones de hormigas se desplazan cumpliendo, sin más, con su arduo trabajo. A ciencia cierta, no conocen de penas ni valores y aún así son capaces de sentir sufrimiento. Ignoran su inferioridad dentro de un mundo sobrecargado de humanos -catalogados como seres superiores por mentes optimistas- y miles de otras especies que las superan en peso y tamaño. Punto a favor, tal vez no en cantidad.
Pero las grandes colonias -manada de mamíferos, bandada de pájaros, ¿y el ejército de hormigas?- cumplen con su deber con total voluntad y determinación, con dedicación y esfuerzo, sin saber siquiera si existen, sin entender los fines de armar un extenso hormiguero que abarque todo su universo; hasta el primer viento, el primer llanto de nube o idiotez humana.

lunes, 13 de enero de 2014

A saber

Se preguntó, como todas aquellas inertes tardes de verano, por qué sus cosas habían tomado ese rumbo (hace tiempo ya no usaba el término vida, para él, vivir era otra cosa).
En la noche nunca se había dejado vencer por el zumbido inoportuno del silencio, ni por la punzante paranoia del ruido constante de la gota en el duro azulejo. Ocurrente, había colocado esa foto perfecta que se mostraba desapercibida para las infortuitas visitas: él en un pequeño velero que lucía dos enormes velas blancas frente a un río teñido de marrón y decorado por manchas rojas de un sol que se daba por vencido. El viento se mostraba inquieto y golpeaba su cuerpo mientras avanzaba manso por el agua. A su lado, sus dos colegas favoritos sonrientes, sin más razones para ello que la agradable compañía, una paz que parecía eterna, y el dibujo de cada cebada de un mate tibio que giraba en torno a las palabras.
Desde su sitio, miraba la tranquilidad de un agua poco calma que dejaba fluir entre sus entre abiertos labios incipientes cuestiones metafísicas que él pretendía evitar y enlazar con memorias de tiempos distintos.
Sostenía, hace tiempo, una relación imperfecta con una mujer extraña y cambiante pero igual de inoportuna, llena de sorpresas y misterios. Se encargaba a diario de asesinar la rutina e incendiar los controversiales papeleos. Invaluables le resultaban los momentos en que golpeaba su puerta con una delicada flor que acababa de tomar prestada de cualquier umbral de paso. Aunque al disfrutar de su presencia no lograba desprenderme de una duda que había sabido atormentarlo durante años. No era la muerta, eso ya había aprendido a interpretarlo. Nada de eso. Lo atrapaban las relaciones interpersonales. Lo obsesionaba pensar que con frecuencia se generaban encuentros tan casuales que parecía construidos en broma y resultaban ser tan profundos y satisfactorios como un primer beso o el movimiento horizontal de una bandera. Por momentos, pensaba, se busca resumir las sensaciones más abarcativas en unas pocas palabras, y acarreamos la culpa diaria de la síntesis -¿A caso el amor significa eso?- 
Entonces se dejaba vencer abruptamente por las escalas de un terror que gozaba de escalofriantes consonantes: la soledad.
Ínfimas ocasiones luchó por intentar definir de qué se trataba ese sentimiento y solo había podido resumir en un ¡Plop! y la desesperación de encontrarse perdido entre una multitud parlante que escupía la burla como mecanismo de rechazo a la introspección.
Sin duda, por cuestiones atemporales, las situaciones se ampliaron al notar que esa vez las cosas (y hago hincapié en no usar el término vida) fueron distintas. Dos palabras surgieron estruendosas en su mente y vinieron a sacar brillo a sus ideas: absurda e inesperada. Fueron precisamente los dos soportes que supieron descifrar esos lapsos de dudas. Pero también describían sus relaciones, sus suspiros y, en una de esas, llegaron para fabricar un concepto de aquello que llaman vida.