Imaginarse una situación de espanto en momentos críticos de
tu vida sería como lanzarse al abismo de las oportunidades negadas y del
silencio vengativo. Forzar al ras de lo demente el sentimiento de desconfianza
que otro ser humano aterrador sentencia. Creer en el vacío de cada ruido que
emerge de entre sus dientes ya no es parte de los razonamientos cotidianos.
Situados en acciones contradictorias entretener la sin razón
en la esquiva de puñales y dardos que
buscan quemar tu demencia. La senil posibilidad de hallar entre bosques y barro
el desahuciado motivo de verse parte de esto o aquello.
En la inoportuna batalla, un desconsiderado aburrimiento, el
momento de verse rendido al ademán de la fluidez verbal que resurge entre telarañas
en la oscuridad de la mente. Se aferra desesperado, apretando los párpados, a
una idea socialmente aceptada del blanco por sobre la nada misma. Nada
funciona. Su inhóspita sobrecarga de desinformación lo acecha como olas en un
volcán de furia. No se encuentra solo, ni desnudo. Tampoco se ven enfrentando a
un diablo feroz cubierto por un manto rojo.
Miles de ojos atraviesan sus recuerdos con punzantes y
devastadoras armas de destrucción. El doble de zapatos golpean un suelo que
vibra con otro racimo de viento intoxicado de ruido permanente. Un ruido que no
significa nada, pero se acerca para dejar su huella intrépida y absorta en el inconsciente.