lunes, 2 de julio de 2012

Al pie del aire.

La imagen del pie que siente el baile estrepitoso de la marea. Una situación similar a la de un niño en una hamaca aunque no empeora en su verticalidad. Fluctúa el aire en las olas que se manifiestan de forma ordenada, dinámica, rutinaria, y se deja corromper con la misma facilidad con la que se construye. El pequeño movimiento horizontal también deja claro que la fuerza puede más, que no es solo un pie que se deja llevar.

El ritmo del vaivén de aquel líquido con poco de río y nada de sal transparenta la idea de percepción que las endorfinas distribuyen a cada dedo. La potencia del sostén queda entera en el talón que solo logra aferrarse al vacío de sentir pero no flotar. Cada pequeño punto, cada extremo percibe la cálida brisa que le quita protección pero le advierte que aún habrá más batalla.

Muy por encima, una mancha blanca decora toda la estructura y colorea una pisada agotada; el tiempo dejó sus marcas invisibles. La acción continúa y el pie solo sube para volver a caer.

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