viernes, 26 de octubre de 2012

Desde el vamos .

Profetizó el muro y lo construyó pieza por pieza. Tomó de la mano a su real compañera y sacudió su hombro con el aire nervioso y temerario que lo caracterizaba.
Fijó la mirada en los verdes ojos que sobre una enorme mueca de felicidad relucían, y hasta parecían más bellos y destellantes que cualquier tiempo pasado; y rascó con suavidad su propia cabeza. Tal vez este acto forzaba a que sus pensamientos se establecieran en ideas. Quizás simplemente añoraba derramar en su aliento todas las palabras que contempló perderse en circunstanciales tempestades.
El extenso instante pasó y nada pareció tener un sentido, aunque todo continuó siendo demasiado real: ella frente a él. Sonriendo. Imperfecta. Llena de fantasías. Realidades. Sueños. Alegría. Tan extraordinaria al silencio de la brisa nocturna. Tan especial bajo un cielo sin estrellas. Tapando cualquier sonido con su respiración. Sorprendida y expectante  pero inmune y disfrutando del olor a estupidez enamorada que aquel hombre desparramaba al aire.
Él, a centímetros de sus labios, vomitando frases sin sentido que buscaron encontrar un rumbo hacia el presente. Descompuesto en largos adjetivos que detallaron un siglo de naufragios y colapsos. Se describió, se apuñaló, y se perdió en vergüenza pero sin la menor intención de continuar hablando de sí mismo. 
Perdido. Nunca tan perdido. Nunca tan estúpido, demente o dicharachero. Nunca tan fascinado y agradecido de hacerse mil preguntas sin respuestas, mil promesas incumplidas e imaginar momentos como ese.
Sostuvo en una mano el contacto con sus interminables dedos, con ella una porción de esperanza y un mundo que no necesitaba explicaciones. En la otra, clamó un puñado de inseguridades que no huirían con facilidad: que tal vez aprenda a callarlos y conservar la calma. Quizás busque enfrentarlos como Teseo a un Minotauro rendido y acorralado, pero siempre bajo el riesgo de quedarse atrapado en un laberinto de incongruencias.
El silencio verborrágico nunca encontró su lugar y tras largos suspiros observó la valentía en sus bolsillos. Rechazó todo manual de conquistas y cayó cansado ante una conjunción de letras antes desconocidas. Apretó ambos puños, atrapando con firmeza una de sus manos, abandonó el amparo del secreto de sus ojos y sintió su cuerpo enflaquecerse al pronunciar con esmero una frase hecha y mal interpretada: "al fin te encontré".
Se dieron lugar a una pausa, a una corriente helada por la espalda, a un par de ojos que se encontraron y la sorpresa de unos labios que determinaron que aquel momento pasaría a ser eterno.

lunes, 1 de octubre de 2012

Se preguntó, como ya lo había hecho muchas veces, si no estaría loco. Quizás un loco era solo una "minoría de uno". Hubo una época en que fue señal de locura creer que la Tierra giraba en torno al sol: ahora, era locura creer que el pasado es inalterable. Quizá fuera él el único que sostenía esa creencia, y, siendo el único, estaba loco. Pero la idea de ser un loco no le afectaba mucho. Lo que le horrorizaba era la posibilidad de estar equivocado. 

George Orwell, 1984