viernes, 3 de septiembre de 2010

Nada y Todo. Todo y Nada

Confuso sentimiento de conformidad y extraña pena de incertidumbre.
El sólo hecho de encontrarse satisfecho conllevo nuevas metas, nuevos propósitos de vida. Así, el temporal sentimiento de haber llegado a destino se corrompe, dando paso a la necesidad de iniciar un nuevo camino.
A veces, ocurre de distinta manera y uno esconde su visión repleta de defectos ante la insostenible certeza de que en otro aspecto de su vida goza de inigualable perfección.
En el amor, a su vez, ocurre algo similar. La intensidad que el amante genera, nos da la absoluta convicción de tener TODO, aunque éste sea un completamente abstracto e inseguro, cegado a aquella otra personalidad u oscuro sentimiento que la persona a nuestra lado oculta; nos deja expuestos, en instantes, a una frase, un gesto que golpea con dureza contra esta difusa sensación.



Todo era tan frágil, tan transitorio. Escribir al menos para eso, eternizar algo pasajero. Un amor, acaso. (...) Pero, ¿qué, de todo aquello? ¿Cómo? Qué arduo era todo, qué vidriosamente desesperado.
Además no sólo era eso, no únicamente se trataba de eternizar, sino de indagar, de escarbar el corazón humano, de examinar los repliegues más ocultos de nuestra condición.
Nada y todo, casi dijo en alta voz, con aquella costumbre que tenía de hablar inesperadamente en voz alta, mientras se reacomodaba sobre el murallón. Miraba hacia el cielo tormentoso y oía el rítmico golpeteo del río lateral que no corre en ninguna dirección (como los otros ríos del mundo), el río que se extiende casi inmóvil sobre cien kilómetros de ancho, como un apacible lago, y en los días de tempestuosa sudestada como un embravecido mar. Pero en ese momento, en aquel caluroso día de verano, en aquel húmedo y pesado atardecer, con la transparente bruma de Buenos Aires velando la silueta de los rascacielos contra los grandes nubarrones tormentosos de oeste, apenas rizado por una brisa distraída, su piel se estremecía apenas como por el recuerdo apagado de sus grandes tempestades; esas grandes tempestades que seguramente sueñan los mares cuando dormitan, tempestades apenas fantasmales e incorpóreas, sueños de tempestades, que sólo alcanzan a estremecer la superficie de sus aguas como se estremecen y gruñen casi imperceptiblemente los grandes mastines dormidos que sueñan con cacerías o peleas.
Nada y todo.

Fragmento de "Sobre héroes y tumbas", Ernesto Sábato

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