lunes, 9 de abril de 2012

Ataque de Pánico .

Pensó antes de contestar. Sonaba tan ilógico para ese tiempo. Aflojar el momento de ira, permitir la apertura de un cielo claro frente a grisáceas nubes que cegaban sus ojos y aceleraba su lengua. De modo que solo eso hizo nada más, pensó. Ocultó las desafiantes e hirientes palabras que su boca necesitaba escupir, cerró la puerta con fuerza (haciendo temblar más de un portarretrato con fotos en donde él no aparecía) y partió sin rumbo.

A paso lento y frío atravesó calles y avenidas. La distancia y el tiempo ya no serían un problema. Raro en esta ciudad. Esta vez había otras cuestiones pendientes.
Recorrió palabra por palabra la conversación. Se detuvo en cada gesto, en cada semáforo y en cada mirada. Al comienzo su mente perturbada formuló una posible respuesta; desatinada, agresiva, inadecuada.


Con el paso de canciones y sentimientos, tal vez, temerarios, optó por tragarse en saliva la rabia y disfrutar sin más de la tranquilidad que el barrio le preveía. Sabía, muy en el fondo de su ser, que no quería estar allí, recorriendo esas manzanas llenas de memoria e historias. Pero una gran sonrisa se le escapó al pronunciar la frase “podría ser peor” en voz casi alta para sí mismo.


El camino de regreso fue completamente distinto. A duras penas distinguía el paisaje. Mucho menos los nombres en las esquinas. Poco importaba todo eso

.
Una vez en la puerta, entre nervios e incertidumbre, y una especie de mareo que lo hacía dudar de la realidad, tomó un poco menos del coraje necesario y toco con ligereza el timbre. Al escuchar la voz suave de esa mujer que parecía estar esperándolo, dudó de estar haciendo lo correcto, no quería cometer el error de minutos atrás, no debía haber vuelto. Echó a temblar, el miedo había tomado su lengua y hasta sus párpados. Soltó un aire de nostalgia y con valentía arremetió: “Ya sé que tienes tu vida hecha. Casi hasta sin mí. No… de seguro sin mí. También conozco a tu esposo. Es una persona maravillosa y te quiere mucho. Poco entiendo de nuestra amistad condicional pero… (Consideró aquel al segundo más largo de su vida) Yo te amo, Silvia, no puedo seguir con esta farsa”.


No atinó a pensar en nada más, siquiera levantar la cabeza y encontrarse con sus dos hermosos ojos. Solo sabía que era el momento de retirarse rendido y desesperanzado. Inmediatamente se dio media vuelta y comenzó la huida. Despacio, estaba todo dicho. La tormenta, esta vez, venía desde otro puerto, desde detrás de sus ojos.

La mujer a su espalda quebró en llanto. Parecía sincero y repleto de dolor. Pero no corrió en su búsqueda, solo cerró la puerta con suavidad y lo dejó marcharse.

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